Sabíamos perfectamente a lo que nos estábamos exponiendo, pero no paramos. Nos pusimos en el punto de mira, subimos a la cuerda floja, abrimos la boca al lobo y entramos. Y no se nos ocurrió otra cosa que reírnos.
Carcajadas limpias y poderosas que convertían el futuro en algo sin importancia y estábamos tan seguros riéndonos que no vimos la tormenta. Hasta que nos pilló encima. ¿Y qué hicimos? Nada, dejamos de reírnos pero no cambiamos la cara. Y allí estábamos, tú, yo y la tormenta. Como piedras que te tiran desde lejos y que nos las ves llegar, pero no hacen daño. Sólo dolían las miradas, pero tampoco mucho, porque siempre nos mirábamos disimuladamente ;).
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